Estados Unidos es quien sin mediar una declaración formal de guerra, que requeriría una ley del Congreso de ese país, lleva más de sesenta años haciéndole la guerra a Cuba, con total impunidad, y diez años a Venezuela.
El caso venezolano se distingue del cubano porque existe una Orden Ejecutiva firmada el 9 de marzo del 2015 por el entonces presidente Barack Obama mediante la cual se declaraba la “emergencia nacional” ante la “amenaza inusual y extraordinaria que la situación de Venezuela suponía para la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos.” Es difícil al re-leer estas líneas no pensar en la soberana ridiculez de dicha Orden Ejecutiva. ¡La “seguridad nacional” de la mayor potencia militar y financiera del planeta amenazada por la Venezuela bolivariana! El pretexto, porque para todo el imperio tiene un pretexto, fue sancionar a siete funcionarios de los organismos de seguridad del estado venezolano que habían participado en el combate a las sangrientas guarimbas” que asolaron al país entre febrero y mayo del 2014 y a los cuales se les acusaba de haber incurrido en prácticas violatorias de los derechos humanos.
Se trata de actos de agresión militar en una guerra no declarada, pero guerra al fin. Actos que se inscriben en una larga lista de agresiones no militares pero letales que Venezuela ha sufrido en esta larga guerra que comienza con la infame Orden Ejecutiva de Obama del 2015. Si el objetivo de una guerra convencional es destruir mediante el empleo de la fuerza las instalaciones militares, la infraestructura y desestructurar por completo la vida económica del país agredido, en la guerra de quinta generación esos objetivos se logran por otros medios: medidas coercitivas unilaterales (vulgo: “sanciones”) que producen gravísimos daños en la economía, perjudicando las relaciones comerciales con terceros países, desalentando inversiones en Venezuela y destruyendo la normalidad de la vida económica al interior del país; también con atentados mediante ciberataques a represas, puentes, refinerías, abastecimiento de agua y energía eléctrica y el desplome de las redes sociales y la Internet; con campañas de desinformación, satanización de las autoridades del país agredido (por ejemplo, inventando una organización criminal, el Cartel de los Soles, y diciendo que su jefe es el presidente Nicolás Maduro Moros); o con la organización y financiamiento de grupos criminales como las tristemente célebres “guarimbas” de 2014 y 2017 (o, en Oriente Medio, la banda criminal de los degolladores seriales del ISIS, según confesión de Hilary Clinton) y la creación de climas de terror y temor en la población.